Cuando una pareja inicia un proceso de divorcio, las vacaciones escolares dejan de ser un paréntesis en la rutina familiar para convertirse en un momento delicado y que puede generar incluso algún tipo de disputa. La ruptura introduce cambios en la dinámica de los hijos y los progenitores, y la incertidumbre sobre cómo repartir el tiempo vacacional cuando no hay regulación previa, puede generar inseguridad, tensión o desacuerdos.
Por eso, planificar con antelación estos periodos y hacerlo desde el interés superior del menor es fundamental para garantizar estabilidad emocional y evitar conflictos.
Cómo gestionarlas si aún no hay convenio ni sentencia judicial
Durante el proceso de divorcio, mientras no existe una resolución judicial firme, la organización de las vacaciones se gestionan en acuerdos provisionales. Las vacaciones a repartir sueles ser tres: las de Navidades, las de Semana Santa y las de verano.
Estos acuerdos provisionales definirán cuándo estará cada progenitor con los hijos y cómo se alternarán los periodos festivos. Tenerlo todo por escrito, aunque sea un acuerdo privado, reduce malentendidos y permite que cada parte pueda organizar su vida personal, laboral y de ocio.
Para los menores, saber con quién estarán en cada momento y anticipar los cambios es esencial. La previsibilidad aporta seguridad, y en un periodo cargado de emociones y transiciones, cualquier paso que refuerce esa estabilidad es clave para su bienestar.
Formas habituales de organizar las vacaciones según el tipo de custodia
Aunque cada familia tiene necesidades distintas, en la práctica existen modelos de reparto que suelen aplicarse en función del tipo de custodia acordada o en vías de negociación.
En una custodia compartida, generalmente se busca una división equitativa del tiempo. Muchas familias optan por repartir las vacaciones de verano en mitades iguales, ya sea por quincenas o por semanas, dependiendo de la edad de los hijos y las necesidades particulares de cada familia. En periodos más cortos, como Navidad o Semana Santa, se suele repartir por mitades idénticas, de unos 8-9 días cada periodo.
En custodia exclusiva, el progenitor no custodio mantiene su derecho a disfrutar de periodos vacacionales con los hijos. Lo más frecuente es también una división aproximadamente igual, pero siempre teniendo en cuenta las circunstancias familiares, disponibilidad y distancia entre domicilios.
Organización práctica para evitar conflictos
Ante una organización de las vacaciones cuando no haya regulación, suelen surgir dudas que conviene resolver antes de que aparezcan problemas. Será, por tanto, importante definir las fechas exactas con antelación, acordando por escrito cuándo empieza y acaba cada periodo evita interpretaciones subjetivas.
Además, es necesario aportar detalles logísticos; las horas de entrega y recogida, lugar de encuentro o persona autorizada para las recogidas.
El papel del asesoramiento legal
Cuando surgen desacuerdos graves, incumplimientos o situaciones que puedan afectar al menor, contar con el apoyo de un abogado especializado en derecho de familia es esencial. El profesional no solo orienta sobre cómo actuar, sino que también ayuda a mantener la calma, canalizar las comunicaciones y, si es necesario, solicitar medidas urgentes
Además, cada familia es distinta y necesita soluciones adaptadas a su realidad: distancias entre domicilios, horarios laborales, disponibilidad económica, edad de los hijos o existencia de necesidades especiales.
Conclusiones
Las vacaciones durante un proceso de divorcio pueden convertirse en una fuente de tensión o en una oportunidad para reforzar la estabilidad de los menores. La diferencia suele estar en la anticipación, la cooperación y el acompañamiento profesional adecuado. Con acuerdos claros y un enfoque centrado en el bienestar emocional de los hijos, es posible transitar esta etapa de forma respetuosa y equilibrada.
Comentarios recientes